domingo, 8 de noviembre de 2009

Dostoievski y la perra vida.

Para buen ejemplo de despotricador, Dostoievski en su etapa de quemado furibundo. El Papa, dice, el Satanás con tiara; nuestras ciudades, Babilonia, la gran prostituta del Apocalipsis; nuestra ciencia, un artificio vanidoso; la democracia, caldo espeso de un cerebro blando; la revolución, una chiquillada chapucera para tontos y engañados; el pacifismo, chismes de viejas.

Es más, como conclusión a una vida de vacilaciones y desasosiego, reniega del tormento de la libertad de conciencia y aconseja arrullarla con el ritmo muerto de la autoridad. Y de paso, anima al populacho a abrazar la Fe. Visto desde el final, piensa él que le hubiera resultado más satisfactorio ser un intimidado anónimo meapilas en vez de arrastarar su vacío y gastar su fortuna en juegos de azar, sin descanso ni vuelta atrás. ¡Gusanos, dejen sus madrigeras y unan sus voces!- dice en voces de sus álter ego -¡Hurra la vida!. Renegado de la Razón y atormentado por sus ataques epilépticos, opta por las sectas nacionales sin ninguna duda. No se lo reprocho.

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