domingo, 1 de noviembre de 2009

Todos los Santos

El sistema, me ha permitido la friolera de ciento veinte días de vacaciones. Claro está que no todos los gastos iban a estar incluidos, pero considerando que llevaba diez años haciendo girar la rueda, quise probar el gran lujo de parar por una buena temporada. Aprovechando el mismo impulso (también podría llamarlo vómito) acabé además con la monotonía de entrar siempre a la misma casa, rompí el contrato de alquiler que no tenía (porque era en negro), y me separé de unos cuantos amigos que me tenían muy harta.

Hoy sonó el timbre de vuelta al trabajo y con una resaca más que considerable tiemblo al pensar que mañana empiezo a trabajar de nuevo. Durante el viaje de regreso, me asaltó de repente un llanto furibundo. No por nada, por el sentido homenaje que los bailarines de Pina Bausch rindieron a la coreógrafa el día de su muerte. Ya me dirás, las artimañas que se gasta el subconsciente para sacar lo que le come por dentro.

En la empresa deben estar esperándome con los brazos abiertos (unos doscientos cincuenta grados) porque allí reina lo penúltimo o antepenúltimo en dinámicas de grupo. Andan como locos organizando actividades los fines de semana, cursos de cuyo nombre no quisiera acordarme que se llaman “jornadas de convivencia”. Ellos creen que están muy cerca de los trabajadores de Google y yo opino están cada vez más cerca de France Telecom.


En mitad del desierto busco debajo de las piedras. Encontré un amigo que me dio cobijo. Hoy además, está pagado.

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